miércoles, 8 de abril de 2015

Adaptándonos a las exigencias del mundo


Todos  los seres humanos interactuamos de acuerdo con  determinadas formas de ver el mundo que nos rodea. Todos tenemos determinados modelos específicos que nos permiten, aun con ciertas dificultades, tratar de entender qué es lo que sucede en nuestro alrededor.  Lo que sí a veces desconocemos es el poder que ejercen sobre nuestra persona esos paradigmas que se van afianzando a lo largo de nuestra vida y que nos hacen reaccionar de determinada forma, no siempre de una manera feliz para nuestros propósitos. 

Esto tiene que ver con esa frase que tantas veces utilizamos: “cada uno es como es.”  Esto significa que cada uno tiene un determinado perfil de personalidad, que cada ser humano tiene un determinado modelo de comportamiento, una forma de ver ese mundo que le rodea y actúa e interactúa a través de esa manera de ver la existencia. Y la manera de interpretar lo que nos suceda cotidianamente va a condicionar nuestra conducta y nuestras actitudes y en última instancia van a influir directamente en esa interacción inevitable que nosotros tenemos por formar parte de un conglomerado social. 

Pero no solamente impactan en esa actitud y en esa interacción, sino que lenta pero progresiva y seguramente, esas actitudes terminan impactando también en nuestra salud. Y cuando nosotros comenzamos a percibir que nuestras experiencias, sobre todo aquellas que vivimos como fracasos o como pérdidas,  se repiten una y otra vez para transformarse en el resultado habitual de cada una de las acciones que llevamos adelante en los distintos órdenes de la vida, o dicho de otro modo, que las metas que nos proponemos no las podemos alcanzar, o que no somos capaces, por distintas circunstancias, de proporcionarnos el bienestar necesario al que aspiramos o merecemos, se impone entonces allí la necesidad de revisar esos paradigmas. 

Tenemos que en un momento detenernos y algo así como “bajarnos del mundo”, dejar de acusar a los demás de nuestros fracasos y revisar por qué esa manera de ver el mundo, por qué esos modelos pueden llegar realmente a perturbar nuestra existencia. 

Y esto sería lógico hacerlo desde el bienestar, lo que significa tratar de evaluar nuestra actitud, nuestra conducta, no en la urgencia o en la emergencia de un fracaso o de una pérdida, sino cuando nosotros percibimos el comienzo de algo que no está yendo bien y que entonces sería necesario corregir o sería conveniente cambiar.  Pero a veces este cambio se torna imperioso cuando sentimos que agotamos todos los caminos analizando nuestra manera de vivir paso a paso. 

No existe hoy en día el medicamento, ni alopático ni homeopático, capaz de cambiar la manera de mirar el mundo. Por eso es que sentirse mejor farmacológicamente,  que es lo que hoy lamentablemente sucede cada vez en una escala mayor, no llega a transformar la esencia misma de lo que nos está pasando, porque esto tiene raíces muy profundas que se remontan  a la historia personal que cada ser humano tiene.  Y lo más importante son los mensajes que recibimos vinculados a nuestra capacidad o no de defendernos en la vida. 

Mientras que hay personas que de niños han recibido mensajes de valor y de capacidad que los hacen, en forma muy temprana,  independientes, otros niños reciben mensajes de: “nunca vas a poder” o de “no serás capaz”, lo que les  genera una profunda inseguridad que luego se traslada a su diario accionar en la vida. Son las personas que deambulan años y años con un déficit de autoestima importantísimo generado en las primeras etapas de su desarrollo y quienes lo emiten no se dan cuenta del daño profundo que están produciendo a quienes reciben  esos mensajes que calan muy hondo en la personalidad en formación de esos niños y adolescentes que luego tienen serias dificultades para su autonomía, para su independencia, para su interrelación social, ya sea en el área de los afectos como en el área laboral. 

Y esa falta de autoestima, que supuestamente quedaría en el área emocional  específicamente, no es así, porque esa dificultad para poder manejarse en la vida, para poder progresar, para poder insertarse adecuadamente en el medio social, termina repercutiendo también sobre la salud física. 

Durante un  período de nuestra vida no estamos capacitados para discernir cuáles modelos de conducta son los adecuados, pero si consideramos una cuestión de responsabilidad individual el evaluar críticamente la validez de todo lo que vamos adquiriendo en nuestro paso por la vida, sobre todo a la luz de lo cambiante y dinámico que significa hoy en día la lucha por una supervivencia digna, nos damos cuenta de que sí tenemos una muy buena cuota parte de responsabilidad en esa evaluación crítica. 

Y lo que tenemos que tener muy claro es que aunque vengamos sintiendo que tenemos que modificar estructuras que creíamos que hasta el día de hoy eran inamovibles - y es bueno aprender de que no hay nada para toda la vida y no hay nada que sea inamovible-  y esas estructuras que nos daban una supuesta seguridad, aunque las cambiemos, eso no significa enfrentarse con nuestro pasado ni dar por tierra con todo lo que recibimos en nuestro desarrollo como personas. Significa adaptarnos a la realidad del mundo de hoy. Modificar pautas de conducta tiene que causarnos la satisfacción de sentir que hemos madurado lo suficiente como para poder enfrentarnos a esos cambios y de esa manera poder adaptarnos mejor a las exigencias de un mundo que no espera, de un mundo que intenta permanentemente enviarnos mensajes para que nosotros podamos actualizarnos adecuadamente.

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