lunes, 13 de abril de 2015

Pautas para tomar buenas decisiones



Decía Albert Einstein que hay tres reglas básicas en la vida: que en el caos está la sencillez, que en el conflicto está la armonía y en el medio de la dificultad está la oportunidad. Y eso es lo que a menudo nos sucede en el curso de la vida cuando nos enfrentamos a situaciones críticas o a períodos difíciles que nos obligan a tomar decisiones.

Hoy reflexionaremos sobre cómo poder brindar herramientas a quienes tienen la responsabilidad de conducir no sólo su vida sino también el rumbo de organizaciones, de empresas, de familias, como para ver a partir de este momento, qué significa tomar una decisión, en un mundo tan cambiante y con escenarios que rotan y que giran en forma tan vertiginosa.

Y una de las explicaciones más válidas que podemos encontrar cuando estudiamos las decisiones equivocadas de nuestro pasado, por las cuales hoy nos reprochamos o hacemos una autocrítica muy severa, es que el error posiblemente estuvo asentado en que no tuvimos la suficiente capacidad para visualizar cuáles podían ser las consecuencias posteriores de esa decisión. Y esto se debe, en la mayoría de los casos, a que no hemos adoptado ningún plan específico para la toma de decisiones. En los distintos ámbitos del quehacer cotidiano, utilizar un sistema, nos acerca a la posibilidad de tomar las decisiones más acertadas en el momento justo. Y vamos a ver qué metodología podríamos utilizar para tomar decisiones en todos los ámbitos de la vida. El primer paso es valorar siempre la intención.

Cuando estudiamos a fondo la anatomía de una decisión, ésta comienza por valorar cuál es nuestra intención cuando reflexionamos que tenemos que tomar una decisión sobre un determinado tema. En esta primera etapa también ya tenemos que meditar acerca de las consecuencias que va a traer aparejada esa decisión que vamos a tomar finalmente. A veces en la vida es muy fácil dar consejos luego de haber sufrido las derivaciones que resultan de nuestra toma de decisiones. Tampoco resulta muy complicado descubrir dónde estuvieron nuestros errores cuando el tiempo ha pasado y podemos analizar y visualizar con absoluta corrección dónde han estado los mismos. Y en general los desaciertos que cometemos los seres humanos se ubican en dos sectores bien definidos y relacionados. Uno es que procedemos precipitadamente y el otro, que es exactamente lo contrario, que actuamos con tal lentitud que dejamos pasar la oportunidad o el tiempo justo para poder actuar con certeza. Y esto es una cosa que hay que tener muy en cuenta, porque tanto el apuro, como el dejar pasar la oportunidad, puede ser la causa de que nuestras decisiones no tengan finalmente el resultado que nosotros esperábamos.

Darnos el tiempo que cada uno necesite para pensar antes de actuar, disminuye la posibilidad de cometer errores porque nos permite reflexionar sobre las distintas posibilidades que se nos presentan y hacer finalmente la elección que podamos considerar más adecuada. Aún así, nunca tenemos en la vida, garantía de que las decisiones que nosotros tomamos sean exactas y estrictamente las correctas  o las que finalmente hubiéramos querido tomar. Pero en el otro extremo, demorar durante demasiado tiempo una decisión, también puede ser profundamente perjudicial. Y esta actitud tiene muchas causas, aunque es común que se deba a un problema de autoestima, que se deba a un problema de falta de confianza en nuestros pensamientos, o a que no nos sentimos lo suficientemente seguros de nosotros mismos. El miedo al cambio, el miedo a lo desconocido, el riesgo que implica aventurarse por nuevos caminos existenciales, pueden retardar decisiones que son la clave de nuestro futuro. 

Lo cierto es que acostumbrarse a tener mala puntería cada vez que tenemos que tomar una decisión, nos provoca una gran desazón, una gran frustración, debilita significativamente nuestra autoestima y nos coloca en inferioridad de condiciones cuando nos tengamos que enfrentar al próximo desafío. Por eso es aconsejable tomar ese café con uno mismo, tomarse el tiempo para acostumbrarse a utilizar el sistema o el método que hayamos elegido y no apartarnos de él creyendo que la rapidez o solamente la intuición podrán ayudarnos a tomar decisiones sobre la situación que nos está importando resolver. 

Valorar e identificar la intención es fundamental porque una vez que sepamos hacia dónde queremos dirigirnos con nuestra decisión, será mucho más sencillo saber cómo hacerlo. No tenemos que embarullarnos tratando de resolver todo junto en la vida sino que tenemos que ir paso a paso, poniendo a la cabeza de la lista, aquellas situaciones conflictivas que nos parecen que son las más importantes, que nos parecen que son las que más urgen.  Y en este punto es necesario hacer una distinción respecto a cuáles son los tipos de intenciones que nosotros estamos manejando. Hay decisiones que tenemos que tomar en un plazo más o menos breve porque tienen que ver con la resolución de problemas que se nos presentan en forma intempestiva y que tenemos que resolver cuanto antes. Pero cuando se trata en cambio de valorar la intención de un proyecto de vida, de una planificación de cara al futuro, un proyecto que se va a extender a lo largo de nuestra existencia, ahí tenemos que tener en cuenta parámetros muy distintos a los que utilizamos para la resolución de esos contratiempos de la vida de todos los días.

No es sencillo tomar decisiones, pero nos vemos obligados cotidianamente a hacerlo.  


1 comentario:

  1. Me encanto el artículo es un despertar a la realidad y te ayuda a tomarle acción a las cosas que dejamos pendientes a lo largo del camino.

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