viernes, 8 de mayo de 2015

De: Entre tú y yo


Con los ojos entrecerrados, imagine por un instante el vasto espacio que ocupa una de las más maravillosas virtudes que adornan a los seres humanos cuando se encuentran: el amor.
El amor, que atrae sin explicación y con una fuerza increíble a quienes se sienten «tocados» por esa varita mágica, me convoca a hurgar en la profundidad de uno de los grandes misterios de la humanidad. Condicionado a las pautas sociales y culturales de los pueblos, el amor ha sobrevivido todas las situaciones límite de la historia, y no sólo ha salido indemne sino también fortalecido de tantos avatares. 
Generaciones y generaciones de hombres y mujeres han vibrado y continúan vibrando al son de esa sensación cumbre que significa «sentir al otro», estar pendiente de sus deseos, de sus necesidades, colmar todas sus expectativas y compartir todo en esa fusión que hace crecer la ilusión de una felicidad sin límites en el tiempo. 
Sin embargo, ese sueño de la dicha eterna contrasta con una realidad que a todos nos preocupa: ese amor que intentamos construir sin fisuras, con mayor o menor rapidez comienza a deteriorarse.

Cuando esto sucede, lo importante es sentarse a reflexionar acerca de si eran válidos y reales los sentimientos sobre los que intentamos construir una relación para toda la vida.

Si hablar de amor es hablar de compartir, de hacer el esfuerzo por conocer al otro, el primer paso para combatir los desencuentros será conocerme a mí mismo. Nadie puede entregar lo que no tiene, y mal puedo interpretar las necesidades de mi pareja si aún no tengo claro qué necesito yo para sentirme bien con la vida. 

Sinceramente ofrezco este trabajo a todos los hombres y todas las mujeres que buscan denodadamente alternativas dignas para mejorar sus relaciones amorosas. Está escrito desde lo más profundo de mi ser y así espero que usted lo reciba.

(Párrafos extraídos de la Introducción)   

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